miércoles, 21 de marzo de 2012

1.1.1 transformación de la naturaleza

Una de las pocas excepciones de caracterización de sociedades en que la componente ambiental aparece claramente explicitada y asumiendo un papel estratégico la encontramos en la discusión de las sociedades basadas en lo que Marx llamó «el modo de producción asiático». Es decir, en sociedades que se organizaron en función de las posibilidades de aprovechamiento de un medio ambiente natural específico, generalmente asentadas en cuencas fluviales y estructuradas a base del aprovechamiento de los recursos hidráulicos. Siguiendo a Marx, con el desarrollo del modo de producción asiático se lleva a cabo el paso de la comunidad arcaica o primitiva a la sociedad de clases. Según Godelier, la comunidad primitiva corresponde a la economía de «ocupación de la naturaleza», y hay un proceso de transición hacia la economía de «transformación de la naturaleza».1 El modo de producción asiático establece una relación entre un Estado centralizado, el pueblo, y un determinado ambiente natural, conservando elementos propios de las sociedades primitivas, tales como una economía de autosuficiencia --asentada sobre la estructura de las aldeas-- y la ausencia de propiedad privada. Las condiciones para que se dé tal modo de producción se presentan cuando la utilización del medio impone la cooperación entre diferentes comunidades a fin de llevar a cabo obras públicas en gran escala, para beneficio de todos, y que sobrepasan las posibilidades y capacidades de las aldeas o de los grupos comunitarios considerados separadamente. Danilo Giori2 resume las características del modo de producción asiático en los siguientes cinco puntos fundamentales: ausencia de propiedad privada de la tierra; las comunidades primitivas mantienen una notable cohesión social; estrecha unión entre agricultura e industria artesanal; razones geoclimáticas hacen que la agricultura sólo pueda ser practicada mediante los sistemas de riego artificial. Existen, por lo tanto, las necesidades de grandes obras públicas de canalización, que a su vez requieren de una estructura social y un poder central que regule y lleve a cabo tales trabajos; El poder central adopta la forma de un Estado, con lo que da origen a una estructura de clases que centraliza la recolección del excedente, pero está desligada del proceso productivo. La caracterización anterior pone de relieve la importancia que la dimensión ambiental tiene tanto en la organización social del grupo como en su porvenir, al definir una estructura social que va creando nuevos elementos dinámicos en su seno (clases). Haciéndose eco de una inquietud de Marx, Engels escribía: ...la ausencia de propiedad de la tierra es ciertamente la clave para la comprensión de todo el Oriente. Aquí reside su historia política y religiosa. Pero ¿por qué los orientales no llegan a la propiedad territorial ni siquiera en su forma feudal? Creo que esto se debe principalmente al clima, junto con la naturaleza del suelo, especialmente en las grandes extensiones del desierto que parte del Sahara y cruza Arabia, Persia, India y Tartaria, llegando hasta la más elevada meseta asiática. El riego artificial es aquí la condición primera de la agricultura...3 Al margen del caso de las sociedades basadas en el modo de producción asiático, la consideración explícita de la dimensión ambiental es más evidente en las comunidades primitivas. éstas parecen lograr una relación más clara entre el sistema social y el natural, es decir, una mayor adecuación entre la dinámica de ambos sistemas. En África y en Amazonia se dan claros ejemplos de este equilibrio entre naturaleza y grupo social y de cómo ese equilibrio está relacionado por prácticas sociales, religiosas y de organización institucional o por ritos familiares. Los mboum del Camerún son una sociedad cuya principal actividad económica es el cultivo del mijo. Anualmente celebran una fiesta durante la cual se designan las áreas que serán quemadas y aquellas otras que serán sembradas. Es en la práctica una acción planificada del grupo basada en las necesidades alimenticias, el crecimiento de la población, las condiciones de la sabana, la situación climática, etc. Tal planificación, que algunos califican de ritual, se ejecuta rigurosamente; la rotación de los cultivos se sucede dentro del plazo requerido para permitir la regeneración de los suelos fértiles. En este contexto se entiende perfectamente cómo el régimen de propiedad debe someterse a las exigencias colectivas y no a las individuales. La propiedad privada está limitada estrictamente, permitiéndose sólo en la medida en que posibilita una relativa integración de la economía familiar (pequeños huertos de carácter artesanal). En el caso de los masai, pastores nómadas de Kenia, la organización social está basada en la clase guerrera, instrumento social necesario para conservar los territorios de pastoreo y preservar su integridad, amenazada por la expansión de los agricultores kikuyus de origen bantú. Al igual que en otros grupos nómadas, entre los masai el aumento de la cantidad de ganado no es entendido como acumulación de riqueza o signo de prestigio, sino como garantía de supervivencia en los periodos de sequía. Su estructura social y económica responde a una determinante ambiental a la que el sistema social se adapta y, en cierta medida, se somete. Tal vez uno de los casos más claros de adaptación al factor ambiental son las prácticas de control demográfico, que revisten distintas modalidades desde las guerras hasta los sacrificios, encontrándose ejemplos que abarcan las más diversas latitudes y periodos históricos, como, por ejemplo, los sacrificios humanos en la cultura azteca o las conocidas prácticas de infanticidio en las culturas china y japonesa. Es posible vislumbrar aquí una forma de control del sistema social para adaptarse, en términos cuantitativos, a la capacidad de sustento material del medio. Como puede apreciarse, las interrelaciones hombre/medio ambiente constituyen básicamente un proceso dinámico, mediante el cual se realiza la adaptación de un grupo social a un ambiente dado. Este proceso implica que ciertos hechos naturales sean incorporados, interiorizados e institucionalizados por el grupo social: en último término, «humanizados». El proceso de adaptación se efectúa por ajustes sucesivos de tal grupo social y de sus estructuras, y puede interpretarse como la respuesta del grupo a la dinámica del ambiente natural. En relación con éste la sociedad se organiza y busca los acomodos adecuados en el plano social, religioso, económico, institucional y político. La adaptación se realiza en sucesivas etapas definidas por nuevos conocimientos técnicos y culturales, cambios institucionales, etc. En última instancia, es un proceso dinámico de sucesivos ajustes entre el grupo y el medio ambiente natural. Lo anterior explica el fenómeno observado en muchos casos de identificación de elementos ambientales con elementos culturales y sociopolíticos. Por ejemplo, en África, la línea de los 350 mm de lluvia divide claramente las sociedades pastorales nómadas del desierto de las agrícolas dedicadas al cultivo de mijo en la región de Sahel. El breve ciclo vegetativo del mijo se adapta a las condiciones del clima de la región, a sus escasas lluvias, definiendo la organización social, económica e institucional de las sociedades sudano-sahelianas.4 En Etiopía la altura de los 1 500 metros sobre el nivel del mar separa a los agricultores abisinios monteístas de los nómadas islámicos, y en China la gran muralla corre a lo largo de la línea de precipitaciones de 380 mm, separando el mundo sedentario agrícola del nómada mongol.5 El caso de los massa de Camerún es similar: dos grupos del mismo origen se instalan a lo largo del río Logone. Unos ocupan las áreas secas y los otros las áreas inundadas, lo que determina actividades diferentes: la agricultura y la pesca. Esta especialización se deriva de las condiciones ambientales y se traduce en organizaciones institucionales y económicas distintas.6 En función de las aparentes coincidencias mencionadas, podría afirmarse que las modificaciones en los sistemas sociales se originan ya sea en causas internas, inherentes a la propia dinámica social, o en alteraciones que sufre el medio natural en cuestión. Las transformaciones del sistema natural pueden deberse a su vez a la acción que sobre él ejerce el grupo social o a procesos propios de la dinámica de los fenómenos naturales, sean éstos o no de tipo evolutivo. Las transformaciones naturales pueden tener periodos de gestación muy largos --decenas de miles de años-- superando las dimensiones temporales humanas, o producirse súbitamente, como en el caso de muchas catástrofes naturales. Los cambios pueden deberse a causas externas, en el sentido de que provienen o son originados en otros sistemas con los cuales el sistema social entra en contacto. Como el sistema social y el sistema natural están vinculados estrechamente, cabe asimismo tener por causal de cambios fenómenos originados en el proceso mismo de mutua interacción, que tiende en algunos casos a atenuar los cambios en uno de los sistemas y en otros a reforzarse mutuamente. Ambos sistemas --el natural y el social-- están en un permanente proceso de cambio, en una relación dinámica, como cabe apreciar, por ejemplo, en las sociedades de pastores que habitan en el Sahara: el avance sistemático por el desierto hacia el sur de las sociedades nómadas, que buscan condiciones climáticas aptas para su supervivencia. Este caso, entre otros muchos, ilustra cómo una concatenación de fenómenos naturales y procesos de cambio en el sistema social se refuerzan constantemente. Comunidades y paisaje, economía y recursos naturales, política y bienes comunes: los vínculos entre humanidad y naturaleza admiten distintas conceptualizaciones. Antonio Elio Brailovsky, uno de los referentes de los estudios ambientales en la Argentina, se atreve en la madurez de su carrera a compilar la historia de esas relaciones en el área iberoamericana, en un arco de más de diez siglos. El autor define lo ambiental como una noción híbrida: aquello que "cada grupo humano hace con su particular entorno natural y del modo como esas conductas revierten sobre las condiciones de vida de las personas". La "historia ecológica" analiza esas relaciones en el tiempo. La mirada de Brailovsky, profesor en las universidades de Buenos Aires y Belgrano, no es rígida ni apocalíptica: "No es cierto que los hombres destruyan siempre la naturaleza, como afirma cierto ecologismo simplista. Lo que hacen es transformarla". Argumenta que una condena a la humanidad en su conjunto tiene implicancias negativas en el plano ético y el pedagógico. El primer tomo de la obra, De los mayas al Quijote , inicia con el análisis de las ciudades medievales, con los mercados en el lugar central y la amenaza de la peste, hasta la llegada de las huestes de Cortés a México y el consecuente "choque de civilizaciones". Las fuentes son heterogéneas: la historia ecológica se ha colado en las mejores historias y Brailovsky reconstruye la primera espiando por las rendijas de la segunda. Otro hallazgo metodológico es la apelación a la literatura y el cine, con un efecto similar a la mayéutica de Sócrates: el lector cree recordar, más que aprender. Eso ocurre con la descripción de la ganadería trashumante en la España medieval. Brailovsky analiza los encuentros con pastores en El Quijote y postula que los paisajes del Cid fueron más verdes que los del sufrido Quijano. De este lado del Atlántico, el recorrido abarca el "urbanismo planificado" de Teotihuacán, la discusión sobre las causas de la crisis ecológica de las ciudades mayas y el cálculo, con algo de humor negro, del sentido ecológico que pudo haber tenido el canibalismo practicado en la gran Teotihuacán. El segundo tomo, De la independencia a la globalización , dedica un amplio espacio a la segunda conquista de América latina: la masiva llegada de capitales europeos y norteamericanos en torno del cambio del siglo XIX al XX. Con una mirada política y latinoamericanista, Brailovsky revisa las consecuencias ambientales de la posición periférica de la región y su papel subordinado a los planes e intereses de las potencias neocoloniales. La sangrienta explotación del caucho en la selva peruana y colombiana; las andanzas bananeras de la United Fruit en América Central; la historia de La Forestal y su impiadoso avance sobre los bosques del noreste de la Argentina son casos reveladores en su argumentación. En las décadas siguientes cambiarían las políticas, pero no el ataque a la naturaleza.

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